JESÚS Y LOS NIÑOS: SIGAMOS SU ENSEÑANZA

En diversos evangelios, Jesús nos habla de los niños o nos pone en sus ejemplos a los más  pequeños. El niño es un ser débil y humilde, que no posee nada, no tiene ambición, no conoce la envidia, no busca puesto privilegiados,  no tiene nada que decir en la avidez de los adultos, el niño tiene conocimiento de su pequeñez y su debilidad. Jesús no solo quiere demostrarnos su gran amor por nuestros niños, en los Evangelios la sencillez de corazón es reclamada con insistencia, la limpieza y la humildad del espíritu es un requisito indispensable para llegar al Reino de los Cielos.

El niño tiene el alma sincera, es de corazón inmaculado, y permanece en la sencillez de sus pensamientos, el no ambiciona los honores, ni conoce las prerrogativas, entendiéndose esto por el privilegio concedido por una dignidad o un cargo, tampoco teme ser poco considerado, ni se ocupa de las cosas con gran interés. A esto niños ama y abraza el Señor; se digna tenerlos cerca de sí, pues lo imitan. Por esto dice el Señor (Mt 11,29): «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón».

Fomentemos en nosotros y nuestros niños las virtudes de los infantes, inocencia, sencillez de corazón, sinceridad, credibilidad, docilidad y buena disposición, especialmente para descubrir en los Evangelios el camino para participar en la pertenencia del Reino de los Cielos. 

El niño al igual que el pobre recibe con alegría lo que se le entrega cuando su necesidad depende de los demás. Ese es el sentido de ese “hacerse como los niños”, hacerse humilde y sencillo de corazón, empequeñecido en la sociedad respecto a los puestos de jerarquía, esa es condición de Jesús para seguirlo, “El que no renuncie a si mismo, no puede ser mi discípulo”[1].

 

Desde hoy preparemos nuestros corazones en familia para volver a recibir al Niño Jesús en nuestros corazones, fomentando el amor al prójimo y perseverando sus enseñanzas de amor.

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