La madurez y el crecimiento del ser humano traen centenares de situaciones desconocidas que pueden provocar tensión. El ser humano aprende a responder a esa tensión de manera progresiva en un proceso que dura años y que nunca termina, por eso se le llama «proceso».
Niños y adolescentes son los más sensibles a sufrir miedos, ya que no han adquirido aún habilidades necesarias para afrontarlas conforme se les va presentando, además que aún no saben expresar correctamente lo que les sucede, por lo general, no logran identificar sus sentimiento, pero si saben que algo no está bien. Esto los conduce a que sus expresiones y respuestas sean limitadas y difíciles de explicar a los demás, sobre todo cuando se trata de sensaciones que pasan por su mente y que se concentran en su cuerpo. Por esta razón es difícil diagnosticar la ansiedad en un niño que en un adulto, pudiendo pasar por inadvertida.
Indicaremos algunas situaciones que pueden provocarles ansiedad:
- Pérdida del padre o la madre, o de otros seres queridos.
- Acudir a clase los primeros días del curso.
- Un nuevo profesor o maestra.
- Sufrir acoso escolar.
- Cambio de domicilio o de país.
- Exponerse al ridículo en clase.
- Olvidar un recado o aviso importante para los padres.
- Que los padres peleen en su presencia.
- Ir al médico o al hospital.
- Hablar en público.
- Ser siempre el último en terminar un trabajo en clase o en lograr algo.
- Ver un accidente de tráfico.
- Tener un examen de evaluación.
- Dejar de hacer sus obligaciones cuando sabe que se lo van a pedir.
- Entregar bajas o malas calificaciones a sus padres.
- Volver a clases después de vacaciones.
- Ser el hazmerreír de sus compañeros.
Fuente: Soluciones educativas para los conflictos en el aula 2.